En un principio, esta entrada iba a resultar una poco ortodoxa mezcla entre una terapia y una venganza. Aquí es cuando más o menos admito que soy una persona vengativa. Más que menos. No soy muy santa, no soy muy piadosa, no soy muy misericordiosa, sino que soy vengativa, y no puedo evitarlo.
Ya me conocéis, soy medio siciliana, aunque no sé muy bien de dónde me viene. Quizás es que he visto el Padrino más veces de las que jamás llegaré a confesar, y tengo a Marlon Brando (y a Cady Heron, pero ese es otro tema y otro blog, que esta vez sí que escribiré) entre mis ídolos. O quizás es que tengo un concepto de la confianza difícilmente comparable al del resto del mundo y soy por ello fácilmente ofendible en ese sentido. Muy especialmente si me afecta directamente (también a las personas a las que quiero y adoro).
Pues bien, comienzo por aceptar que me han hecho daño. Cosas que pasan en la vida. El admitirlo ya resulta para mí un gran paso. Porque conlleva que admito que soy frágil, o al menos que no soy de piedra, ni de hierro, que puedo ser vulnerable. Porque eso es el conocerse realmente, el admitir la fragilidad que es prácticamente inseparable e inherente a nuestra condición de personas. Así que sí, fui frágil, o posiblemente, OJALÁ, siga siéndolo, y me hirieron, me dolió muchísimo.
Y aquí salta mi superinstinto vengativo (por eso siempre preferí a Batman, o a Spiderman negro, no a esos héroes blandengues y llenos de autocontrol) y me impulsa a lanzarme como un perro rabioso sobre esas personas (la coautoría fue inventada por algo).
Luego empecé a ir a clases de yoga :P. Aunque ya no queda nada de esa rabia, el tiempo lo cura todo, incluso lo que en un principio parece incurable, atrás queda la cicatriz. Y lo grande de las cicatrices es que aparte de quedar superchulas (aunque también depende de donde queden claro, pero en general) te recuerdan. Porque la memoria es endeble y el espíritu es frágil. Pero cuando ves la cicatriz te acuerdas perfectamente cómo te la hiciste.
Así que ahí estaba yo, haciendo yoga con mi cicatriz, dejando el blog olvidado y dispuesta a no reescribirlo cuando leí el comentario de Rose diciéndome que quedó intrigada ante la expectativa de mi blog con el título “La confianza”. Por ello me dispongo a escribir al respecto.
“Lo grande de la amistad no es la mano abierta que te tiende, ni la sonrisa amable que te ofrece, ni la alegría de la compañía que supone. Lo grande de la amistad es la inspiración que te llega cuando uno descubre que alguien cree en nosotros, y quiere confiar en nosotros con su amistad.”
Os pido perdón por empezar con una cita tan grandilocuente, que no es mía, sino de Ralph Waldo Emerson. Asumo sus palabras, porque desde luego pienso en la confianza como uno de los valores supremos de la sociedad humana, no la actual, sino más bien la ideal (de la que la actual anda un poco lejos en mi opinión humilde). Soy tan radical que considero la confianza como uno de los mayores logros de una persona, y desde luego en este nuestro tiempo de cínicos es mucho más halagador el hecho de confíen en ti que el que te quieran.
[Hago en este punto un pequeño aparte para referirme a esa espinosa vertiente que es la confianza en uno mismo. Porque el creer en nosotros mismos nos confiere una fuerza inusitada Es el primer secreto hacia el éxito. Uno puede confiar sin reservas en uno mismo, porque en cada uno reside nuestra propia guía, nuestros instintos nunca se equivocan. Desde luego es el punto de partida de todo, ya que UNA PERSONA QUE NO CONFÍA EN UNO MISMO DIFÍCILMENTE PUEDE CONFIAR EN NINGÚN OTRO.]
En un primer momento de mi existencia, cuando aún era joven e inexperta :P, y viendo lo que acontecía en el mundo, llegué a la conclusión de que casi todos los males provenían de todas las distintas modalidades de roces provocados por la confianza (demasiada) o la falta de ella.
“No confíes en nadie a menos que hayas comido mucha sal con él”. Considero a Cicerón como un gran orador, político y un sabio en algunos aspectos. Aunque la formulación puede sonarnos (algo) extraña, me parece una advertencia digna de ser enmarcada para no olvidarnos de prevenirnos hasta de nuestra propia sombra.
Shakespeare, conocedor de la condición humana decía “Love all, trust a few” [sobre el amor aún no he hablado, quizás porque no me quiero meter en tal embrollo del que no sabré salir. Para cuestiones de ese ámbito preguntadle a la Ministra del Amor o bien a la Doctora Amor, que encantadas os contestarán a vuestras dudas :P].
Así que así me quedé, en un principio. Completamente quieta, sin confiar en nadie, dentro de mi fortaleza, sin que nadie me hiciera daño y también sin dañar a nadie. ¿La vida perfecta? ¿Había acaso encontrado la solución?
Para nada. Descubrí que era un tormento vivir sin confiar en nadie. Vuelvo a citar a Emerson, que se ve reflexionó mucho al respecto: “Nunca somos tan vulnerables como cuando confiamos en alguien, pero, paradójicamente, si no podemos confiar, no podemos encontrar la felicidad”.
Así que en mi eterna búsqueda de la felicidad pasé al siguiente estado, en que comencé a confiar en las personas para que mi vida no fuera imposible. Todo fue bien un rato, hubo grandes personas en mi vida, que siguen en ella!!!!!, que me demostraron que desde luego se puede confiar en la persona que tenemos al lado, que la vida merece la pena y se puede derrumbar la fortaleza y disfrutar de la vida. Pero claro, también hubo momentos en que se traicionó mi confianza y aquí vuelvo al punto en el que comencé. Con la traición, las cicatrices y las ganas de arrancarle la cabeza a alguna persona que otra.
LA CONFIANZA ES COMO UNA POMPA DE JABÓN.
Túnel del tiempo a cuando teníamos cuatro años y nos pusieron en la mano un tubo de jabón y un palito a través del cual soplar y hacer pompas de jabón. Cuesta una inmensidad crear una pompa de jabón grande y reluciente al sol. La mayoría se pierden en la primera baba, ceden su hueco a otras, o mueren entre manotazos, golpes de aire o el olvido. Y la que sobrevive, esa que frágilmente se alza y vuela unos momentos, cuando se destruye por la razón que sea, desaparece. Igual nos deja una mota de agua en la mano (al fin y al cabo es agua enjabonada), pero nada nos queda. Pasamos a otro juego.
Para mí, la confianza es un great deal. No sé a partir de cuándo. Pero a partir de ese remoto momento en mi mundo algo cambió. Ahora no se juega con la confianza, porque sé que es como una pompa de jabón, que cuando se rompe o alguien la destroza con torpes manotazos y más torpes intenciones, desaparece. Y que no vuelve. Como el alma que se va, no vuelve. Hacerle el boca a boca, traer el desfibrilador y cargarlo a 230, llevarla a urgencias, presentarle a George Clooney, a Meredith Grey, al doctor House y a McDreamy no sirve de nada. Porque no vuelve. Sí, nos da pena despedirla, pero no la llevamos a la estación ni la acompañamos a que coja un taxi. Dejamos que se vaya sin mirar atrás.
Al final, más que rabia, más que furia, más que querer arrancarle la cabeza a nadie, más que un enfado contenido, es una pena profunda. No por el mentir ni faltarnos a la confianza, sino por el hecho de que a partir de ese momento, ya no podemos creer a la persona que nos ha faltado a la confianza. Para mí no es una cuestión de matices, para mí no es una cuestión de circunstancias, para mí es una cuestión en que no hay escala de grises.
Os dejo con la breve reflexión: “Confía en todo el mundo, pero corta la baraja”, en honor al club de mus más divertido del mundo, a los órdagos con y sin hache, a mi querida y paciente profesora y a mi compañera de equipo que corta el mus como nadie.
Ya me conocéis, soy medio siciliana, aunque no sé muy bien de dónde me viene. Quizás es que he visto el Padrino más veces de las que jamás llegaré a confesar, y tengo a Marlon Brando (y a Cady Heron, pero ese es otro tema y otro blog, que esta vez sí que escribiré) entre mis ídolos. O quizás es que tengo un concepto de la confianza difícilmente comparable al del resto del mundo y soy por ello fácilmente ofendible en ese sentido. Muy especialmente si me afecta directamente (también a las personas a las que quiero y adoro).
Pues bien, comienzo por aceptar que me han hecho daño. Cosas que pasan en la vida. El admitirlo ya resulta para mí un gran paso. Porque conlleva que admito que soy frágil, o al menos que no soy de piedra, ni de hierro, que puedo ser vulnerable. Porque eso es el conocerse realmente, el admitir la fragilidad que es prácticamente inseparable e inherente a nuestra condición de personas. Así que sí, fui frágil, o posiblemente, OJALÁ, siga siéndolo, y me hirieron, me dolió muchísimo.
Y aquí salta mi superinstinto vengativo (por eso siempre preferí a Batman, o a Spiderman negro, no a esos héroes blandengues y llenos de autocontrol) y me impulsa a lanzarme como un perro rabioso sobre esas personas (la coautoría fue inventada por algo).
Luego empecé a ir a clases de yoga :P. Aunque ya no queda nada de esa rabia, el tiempo lo cura todo, incluso lo que en un principio parece incurable, atrás queda la cicatriz. Y lo grande de las cicatrices es que aparte de quedar superchulas (aunque también depende de donde queden claro, pero en general) te recuerdan. Porque la memoria es endeble y el espíritu es frágil. Pero cuando ves la cicatriz te acuerdas perfectamente cómo te la hiciste.
Así que ahí estaba yo, haciendo yoga con mi cicatriz, dejando el blog olvidado y dispuesta a no reescribirlo cuando leí el comentario de Rose diciéndome que quedó intrigada ante la expectativa de mi blog con el título “La confianza”. Por ello me dispongo a escribir al respecto.
“Lo grande de la amistad no es la mano abierta que te tiende, ni la sonrisa amable que te ofrece, ni la alegría de la compañía que supone. Lo grande de la amistad es la inspiración que te llega cuando uno descubre que alguien cree en nosotros, y quiere confiar en nosotros con su amistad.”
Os pido perdón por empezar con una cita tan grandilocuente, que no es mía, sino de Ralph Waldo Emerson. Asumo sus palabras, porque desde luego pienso en la confianza como uno de los valores supremos de la sociedad humana, no la actual, sino más bien la ideal (de la que la actual anda un poco lejos en mi opinión humilde). Soy tan radical que considero la confianza como uno de los mayores logros de una persona, y desde luego en este nuestro tiempo de cínicos es mucho más halagador el hecho de confíen en ti que el que te quieran.
[Hago en este punto un pequeño aparte para referirme a esa espinosa vertiente que es la confianza en uno mismo. Porque el creer en nosotros mismos nos confiere una fuerza inusitada Es el primer secreto hacia el éxito. Uno puede confiar sin reservas en uno mismo, porque en cada uno reside nuestra propia guía, nuestros instintos nunca se equivocan. Desde luego es el punto de partida de todo, ya que UNA PERSONA QUE NO CONFÍA EN UNO MISMO DIFÍCILMENTE PUEDE CONFIAR EN NINGÚN OTRO.]
En un primer momento de mi existencia, cuando aún era joven e inexperta :P, y viendo lo que acontecía en el mundo, llegué a la conclusión de que casi todos los males provenían de todas las distintas modalidades de roces provocados por la confianza (demasiada) o la falta de ella.
“No confíes en nadie a menos que hayas comido mucha sal con él”. Considero a Cicerón como un gran orador, político y un sabio en algunos aspectos. Aunque la formulación puede sonarnos (algo) extraña, me parece una advertencia digna de ser enmarcada para no olvidarnos de prevenirnos hasta de nuestra propia sombra.
Shakespeare, conocedor de la condición humana decía “Love all, trust a few” [sobre el amor aún no he hablado, quizás porque no me quiero meter en tal embrollo del que no sabré salir. Para cuestiones de ese ámbito preguntadle a la Ministra del Amor o bien a la Doctora Amor, que encantadas os contestarán a vuestras dudas :P].
Así que así me quedé, en un principio. Completamente quieta, sin confiar en nadie, dentro de mi fortaleza, sin que nadie me hiciera daño y también sin dañar a nadie. ¿La vida perfecta? ¿Había acaso encontrado la solución?
Para nada. Descubrí que era un tormento vivir sin confiar en nadie. Vuelvo a citar a Emerson, que se ve reflexionó mucho al respecto: “Nunca somos tan vulnerables como cuando confiamos en alguien, pero, paradójicamente, si no podemos confiar, no podemos encontrar la felicidad”.
Así que en mi eterna búsqueda de la felicidad pasé al siguiente estado, en que comencé a confiar en las personas para que mi vida no fuera imposible. Todo fue bien un rato, hubo grandes personas en mi vida, que siguen en ella!!!!!, que me demostraron que desde luego se puede confiar en la persona que tenemos al lado, que la vida merece la pena y se puede derrumbar la fortaleza y disfrutar de la vida. Pero claro, también hubo momentos en que se traicionó mi confianza y aquí vuelvo al punto en el que comencé. Con la traición, las cicatrices y las ganas de arrancarle la cabeza a alguna persona que otra.
LA CONFIANZA ES COMO UNA POMPA DE JABÓN.
Túnel del tiempo a cuando teníamos cuatro años y nos pusieron en la mano un tubo de jabón y un palito a través del cual soplar y hacer pompas de jabón. Cuesta una inmensidad crear una pompa de jabón grande y reluciente al sol. La mayoría se pierden en la primera baba, ceden su hueco a otras, o mueren entre manotazos, golpes de aire o el olvido. Y la que sobrevive, esa que frágilmente se alza y vuela unos momentos, cuando se destruye por la razón que sea, desaparece. Igual nos deja una mota de agua en la mano (al fin y al cabo es agua enjabonada), pero nada nos queda. Pasamos a otro juego.
Para mí, la confianza es un great deal. No sé a partir de cuándo. Pero a partir de ese remoto momento en mi mundo algo cambió. Ahora no se juega con la confianza, porque sé que es como una pompa de jabón, que cuando se rompe o alguien la destroza con torpes manotazos y más torpes intenciones, desaparece. Y que no vuelve. Como el alma que se va, no vuelve. Hacerle el boca a boca, traer el desfibrilador y cargarlo a 230, llevarla a urgencias, presentarle a George Clooney, a Meredith Grey, al doctor House y a McDreamy no sirve de nada. Porque no vuelve. Sí, nos da pena despedirla, pero no la llevamos a la estación ni la acompañamos a que coja un taxi. Dejamos que se vaya sin mirar atrás.
Al final, más que rabia, más que furia, más que querer arrancarle la cabeza a nadie, más que un enfado contenido, es una pena profunda. No por el mentir ni faltarnos a la confianza, sino por el hecho de que a partir de ese momento, ya no podemos creer a la persona que nos ha faltado a la confianza. Para mí no es una cuestión de matices, para mí no es una cuestión de circunstancias, para mí es una cuestión en que no hay escala de grises.
Os dejo con la breve reflexión: “Confía en todo el mundo, pero corta la baraja”, en honor al club de mus más divertido del mundo, a los órdagos con y sin hache, a mi querida y paciente profesora y a mi compañera de equipo que corta el mus como nadie.
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