Aún recuerdo con nitidez mi reacción la primera vez que vi ese espeluznante vídeo en televisión, extracto de una auténtica “HISTORIA DE VIOLENCIA” que captaban las cámaras de seguridad de un vagón de metro anónimo. Lo primero que sentí fue el horror, la desproporción, el desenfreno y la gratuidad de ese acto violento. Como si se viera el joven Sergio Javier propulsado por un muy eficaz motor Stirling al propinarle una patada en la cara a una chica ecuatoriana (el que sea menor o no, aunque relevante para el derecho penal me parece irrelevante en el aspecto que quiero destacar).
Luego pasé a analizar la escena y también me pregunté por la pasividad del sujeto que se aferra a su ipod, parapetado tras la fila de asientos al otro lado del vagón. Sin inmutarse, sin mediar palabra, sin hacer ningún gesto, sin intervenir. También, con el bicharraco que tenía enfrente, cualquiera se anima a interponerse y llevarse la patada.
El caso es que hoy he vuelto a ver las imágenes (que en mi humilde opinión no deberían mostrarse en televisión) y sigo preguntándome qué es lo que puede llevar a una persona a accionar (digo accionar porque reaccionar sería propio si la chica hubiera dicho o hecho algo que desencadenara en él esa reacción) de ese modo. ¿Qué se le pasa a esa persona por la cabeza? ¿Es miedo, furia, angustia, desesperación, rabia? ¿Qué puede llevar a una persona a comportarse de ese modo?
[No quiero entrar en la xenofobia, en el racismo, o en una posible motivación tal, ya que ni me parece una justificación ni un agravante (¿por qué es más grave pegar a alguien porque es ecuatoriano que porque estamos aburridos?). También hay muchos españoles a quienes se pega gratuitamente.]
Ni siquiera los animales descargan esa violencia sobre sus semejantes (una riña de gatos siempre es territorial, basada en la comida o en la subsistencia de la especie) sin razón alguna. ¿Estamos en una sociedad tan asalvajada que permite que individuos tales se paseen vencedores mientras las víctimas se quedan en sus casas atemorizadas?
Es cierto que quizás yo viva demasiado alejada de la realidad, de lo que pasa en un anónimo metro. Hace dos semanas que no me subo y quizás las cosas hayan cambiado desde entonces. O quizás es que la sociedad española ha pasado por alto demasiado tiempo un factor demasiado importante, que ahora se ha convertido en un problema desencadenante de las mayores tragedias: la droga.
Primero (y esta entrada se encadena con la anterior) intentamos, durante la movida, emular los “disco days” neoyorquinos del Studio 54, inaugurando uno en pleno Madrid, que sin embargo nada tiene que ver (está en Pº de la Habana, great jazz, pero comida mediocre, no merece ese precio). Luego pasamos enseguida a asumir las locas costumbres de la época, las “Nights in white satin”. En cartel, y como artista invitada, la cocaína.
La cocaína se convirtió en la droga de moda de los yuppies, de la gente con éxito y dinero, pero pronto pasó también al resto de la población, convirtiéndose España en el país en que más rastro de cocaína se encuentra en los billetes de euro.
Hasta aquí sin problemas. Bueno, un problema hay, pero mejor que lidie con él su familia. Existía, y me temo que sigue existiendo, porque a lo largo y ancho de los debates en torno a este suceso nunca he oído que se haga mención, la concepción de que la droga sólo repercute en los drogadictos mismos, que se autodestruyen, y en sus familias, a las que arrastran enteras con ellos.
Deberíamos darnos cuenta de que también repercute en las chicas que van sentadas en el metro cuyo mayor crimen es ir en ese vagón, también repercute en la pareja que quiere el divorcio y que recibe 40 puñaladas a cambio.
La sociedad no se ha vuelto loca. Ya no es un problema de valores, de que nos impacte menos la violencia que antes, hay gracias a Dios muchísima gente que sigue siendo sensible a los problemas humanos. Nuestro mayor problema al respecto es que LA SOCIEDAD ESTÁ COLOCADA.
Puede parecer una tontería, pero pensad en ello. No pretende ser una broma de Halloween, no son zombies, pero están entre nosotros, seguramente conozcáis a drogadictos sin siquiera saberlo. Yo mientras tanto, los ojos bien abiertos y esperando que nunca deje de sorprenderme el que al entrar en los baños de una afamada discoteca pueda encontrarme a una chica que apenas rozaba los 20 años metiéndose una raya sin ningún rubor.
Otro tema es ya que ni nuestro gobierno ni nuestro legislador, que deben gobernar con una sensatez que no están demostrando durante los cuatro años de mandato (y no tres y aprovechar el último para hacer campaña), no se ocupen del tema, y el joven Sergio Javier M.M. se pasee libremente por su barrio, sin preocupaciones, porque pretende alegar que "iba borracho". ¿Por qué una persona que no tiene la capacidad de ocuparse de mantener siempre un mínimo de decencia/verticalidad/decoro a pesar de la cantidad de alcohol que bebe no ve limitada su libertad por papá Estado, que decide no meterse/mojarse en este tema, pero que en cambio sí que se entromete en su educación?
No comments:
Post a Comment