Baltasar Garzón es el juez con nombre de Rey Mago que nos trae carbón a veces, pero a veces también ilusiones (en el sentido de que se aleja de realidad) de justicia que no puede cumplir, en gran parte por su propia incompetencia (es famoso porque se le pasan los plazos de las cosas y se le “escapan” los criminales).
En mi idea del sistema de justicia ideal (en que el ministro no abusa de los fondos públicos, y el fiscal jefe no obedece órdenes directísimas del gobierno), los jueces son figuras respetables. No, algo más. Venerables. Son como los ancianos de la tribu, que dispensan sabio consejo, que saben cuándo callar y cuándo hablar, y lo que decir. Que se mantienen en un segundo plano porque saben que suyo no es el primer plano, sino de las personas que se ponen ante él para buscar opinión.
Recientemente, Garzón ha vuelto a poner su foto en los periódicos gracias a su actuación en el tema contra ANV. Es cierto que impide que ANV se presente a las elecciones generales (¿POR QUÉ ESTA PRISA AHORA DEL GOBIERNO DE DAR INSTRUCCIONES CUANDO EN LAS LOCALES NO PARECIO IMPORTARLES?), pero el Tribunal Supremo enseguida le ha desautorizado tachando las medidas cautelares de electoralistas. Simplemente me duele que el expediente de un juez, que debería ser intachable, encuentre estas manchas.
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